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Sobre nosotros

Prolegómeno

El lector de esta revista se cuestionará la elección del Pegaso como emblema, para nuestra faena escritural, por lo cual, esgrimimos una respuesta breve, basándonos en el autor del libro El Pegaso o el Mundo Barroco Novohispano en el Siglo XVII[1], quien define dicha concepción mitológica del secuente modo: 1) es una manifestación de la razón que  delimita el orden político; 2) el Pegaso significa la patria mexicana;  3) el mote virgiliano (sic itur ad astra), objetivado en la obra de don Carlos de Sigüenza y Góngora, enfatiza la brida sapiencial frente al acaecer acrático.                                                                                   Por ende, el Pegaso es la comprensión de los procesos operatorios[2], así como el símbolo de esta tierra, nominada en náhuatl el ombligo de la Luna; v.gr. Torquemada en su Monarquia Indiana afirma: “México significa fuente o manantial, es decir lo mismo que Pegaso. Que así lo entiendan los historiadores de entonces lo confirma la mención que de ello hace el bachiller Arias de Villalobos en su canto intitulado Mercurio (1623), haciendo referencia al sitio donde fue fundada la capital novohispana, cuando el águila se posó sobre el nopal, lo hizo, dice, “en los manantiales de agua de ese famoso lago, que esto significa Mexitli, en lengua indiana”[3]. El término Πήγασος se encuentra relacionado con México, es el πηγή  [manantial, principio, origen] griego, que instituye el fundamento histórico de un pueblo conducido entrambos orbes. Sobre este ayuntamiento[4] conceptual, el propio don Carlos de Sigüenza y Góngora aseveró: “el que quiera cómodamente crear un símbolo (refiriéndose a lo anteriormente aludido), debe tener primeramente en cuenta lo siguiente: que debe existir una justa analogía del alma y del cuerpo (por alma entiendo una sentencia encerrada en una o en pocas palabras; por cuerpo me agrada designar al mismo símbolo)”[5]. De esta forma el jeroglífico Πήγασος fue retomado por el polímata novohispano de Ruscelli, esté último refiere del agente mitológico: “Significat hominem, qui demonstrat animum semper ad sublima fere intentum pro beneficio suae patriae”[6]  [significa el hombre, que demuestra ánimo tendido siempre cercano a los asuntos sublimes para el beneficio de su patria]. Cuestión que se apercibe con el emblema de Alciato intitulado - Concilio et virtute chimaeram superari, hoc est, fortiores et deceptores [Con concilio y virtud se supera a la quimera, esto es, a los fuertes y falaces], que en la versión de Bernardino Baza de 1549 se lee: “Belerofonte gran caballero / subiendo en el caballo que volaba / la Quimera venció, así tu entero / ánimo en la virtud, los males lava / de los soberbios monstruos de esta vida, / con el consejo hasta el cielo subida”[7] con la gracia del Pegaso.                                                                                                                                                                                                                           Es decir, la acepción del Pegaso mexicano implica la posibilidad de fraguar, mediante el poder, un presente que tienda, prolépticamente,  al cuidado de nuestra nación. Los novohispanos concibieron  dicho jeroglífico, como  la  aprehensión de la materialidad, de los actantes y del acaecer que concernía a su patria. Así, tenemos un egregio ejemplo en el siglo decimoséptimo, nos referimos a Enrico Martínez, quien devela en su Repertorio de los Tiempos e Historia Natural de esta Nueva España, el porqué de la apropiación y conformación de un Pegasus Mexicanus, cuando en el capítulo II del tratado tercero / capítulo primero asegura: “la constelación que pasa por [esta ciudad de México] es la imagen del caballo Pegaso, que se compone de veinte estrellas y se extiende del equinoccial al polo ártico desde siete grados hasta los veinte cinco, y aunque también pasan otras constelaciones, ninguna de ellas la coge toda”[8].  Lo anterior, se funde con los anales de la Grecia clásica, al ser transmitido en el libro ovidiano de Las Metamorfosis, donde se apercibe de este prodigio que “cuando Perseo mató a Medusa y le cortó la cabeza, de la sangre de ella que cayó en tierra, nació un caballo al que llamaron Pegaso, que tenía alas y cuernos y los pies de hierro, y luego que nació, voló, y de una patada que dio en el monte Parnaso se hizo la fuente Castalia, donde habitan las musas, cuya agua tiene virtud de hacer a los hombres sabios.”[9]   De ahí, comprendemos que la veracidad de las relaciones materiales con las que se forja la cronicidad, se vislumbra bajo la brida aurea del intelecto, que nos permite ascender, cual Belerofonte, antes de esgrimirse contra la quimera de lo inconsecuente. Siempre buscando una mediocritas aurea para no ser fulminados como el héroe de Corintio, pero con el brío suficiente para mitigar los ejes de lo absurdo y las ideologías fútiles símiles a Medusa.

           

En la venerable Puebla de los Ángeles a los ocho días del mes de Diciembre del año del señor de dos mil dieciocho

 

 

 

[1] Tovar, Guillermo, El Pegaso o el Mundo Barroco Novohispano en el Siglo XVII, España: Editorial Renacimiento, 2006

[2]En el sentido que Gustavo Bueno  impregna en su Materialismo Filosófico

[3] Tovar, Guillermo, El Pegaso o el Mundo Barroco Novohispano en el Siglo XVII, España: Editorial Renacimiento, 2006,  p. 120

[4] Nos remitimos al vocablo ayuntamiento conforme a su condición etimológica

[5] Ibídem, p. 61

[6] Ibídem, p. 9

[7] Daza, Bernardino, Los Emblemas de Alciato Traducidas en Rimas Españolas, Lyon: Rovillio Guiliel, 1549, p. 137

[8] Martínez, Henrico, Repertorio de los Tiempos e Historia Natural de esta Nueva España, México: CONACULTA, 1991, p. 264

[9] Ibídem, p. 265

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